martes, 13 de julio de 2010

Prologo: donde se narra la historia de una bella niña que descubre que las cosas no son lo que son.

Grande fue su sorpresa, aunque también su felicidad, cuando una mañana la bella niña encontró una regadera tirada en medio de su jardín. Era una regadera de zinc, bastante abollada y con un gran machucón en su base, pero totalmente útil. La bella niña miro hacia el sendero, después hacia la primera línea de árboles del bosque, pero no vio a nadie. No entendía como podía haber llegado esa regadera hasta su jardín sin que alguien la dejara y, si alguien hubiera ingresado a su jardín, la campanita de la puerta haría sonado. Tal vez su alegría, tal vez su ansiedad, tal vez la comodidad que representaba la aparición de una regadera, confundieron a la bella niña de que podría tratarse de un milagro.
La bella niña vivía en una solitaria casita al final de un largo sendero que recorría la ladera de un cerro. La pequeña casita, de paredes blancas y el techo a dos aguas de tejas rojas, igual a las que siempre dibujan los niños, estaba rodeada de un pequeño y ordenado jardín con un cantero lleno de flores amarillas, rojas, blancas y azules, pero algunas flores de color violeta crecían pequeñas y desordenadas entre el césped. Un cerco bajo de tablitas pintadas de rojo brillante con puntas señalando el cielo separaba el jardín del resto del mundo. El resto del mundo más cercano era un bosque oscuro de enormes árboles amontonados que trepaba hasta la cima del cerro y, según dicen, aún mas allá. Desde el fondo del colorido y pequeño jardín se observaba el resto del mundo mas lejano: cuando la bella niña corría las blanquísimas cortinas de encajes de la ventanita de atrás de la única habitación de la casita, se observaba, profundo y lejano, un valle, un arroyo que lo atravesaba y, sobre la orilla mas lejana, los techos rojos y las paredes blancas de las casas del pequeño pueblito con su iglesia y su molino de agua. Era un lugar de cuento porque este es un cuento, pero es un cuento de verdad.
Todas las mañanas la bella niña se levantaba cuando el primer rayo del sol, que siempre era dorado, entraba por un agujerito en el encaje de la cortina de la ventana del fondo de la habitación y le manchaba la punta de la nariz, dándole calor. Lo primero que hacia la bella niña era espiar al valle aun en sombras, donde casi siempre una nubecita se elevaba desde el pueblo. Luego de comprobar que el mundo seguía ahí, sobre las últimas brasas del fogón la bella niña ponía ramitas, sobre las ramitas, ramas, sobre las ramas, un tronco y sobre el tronco, colgando de un gancho, la pava, donde calentaba agua. Como calentar el agua llevaba mucho tiempo, la bella niña aprovechaba para peinarse, ya que peinarse le llevaba mucho tiempo. Cuando se ataba el pelo con una cinta de color rosa, el agua hervía, y entonces preparaba una gran taza de mate cocido que tomaba en el fondo del jardín mientras miraba como la luz del sol avanzaba lentamente inundando el valle. Después empezaba a trabajar: A la mañana limpiaba toda la casa, hacia la cama, preparaba el almuerzo y contaba una a una las flores, anotando en un cuaderno cuantas había de cada color. A la tarde preparaba los dulces que una vez por semana vendía en el pueblo y, cuando la sombra del bosque avanzaba sobre su pequeño jardín, llenaba con agua una vieja latita de puré de tomates perita y regaba sus flores, primero a las amarillas, después las rojas, anteúltimas las blancas, y finalmente las azules. Nunca regaba las flores violetas porque eran rebeldes. Así siempre llegaba la noche, porque la bella niña iba y venía de aquí para allá, de la canilla a las flores y de las flores a la canilla, cargando y descargando, llenando y vaciando el pequeño tachito oxidado.
Por eso, el día en que la bella niña encontró la regadera, la rutina fue atacada por la emoción. Aún con los primeros rayos del sol recorriendo los resquicios del valle, se dispuso a regar en un horario que sabia hostil para las flores. Puso la regadera bajo la canilla y comprobó que la había llenado demasiado cuando necesitó ambas manos para levantarla. Manteniendo el equilibrio con esfuerzo, con ambos brazos extendidos y arqueando la espalda hacia atrás, la bella niña comenzó a caminar perdiendo agua en el vaivén y golpeándose las rodillas a cada paso. Sin embargo el peso pudo mas que el orgullo y la regadera se le soltó y golpó de canto contra los adoquines del sendero. Perdiendo agua, la regadera cayó de lado y gritó: “¡Ay!”.
Sin pensar en volver a pararla para detener el agua que se derramaba, la bella niña corrió asustada para esconderse detrás del tronco del único árbol de su jardín. Transcurrió bastante tiempo con los ojos inmensamente abiertos y la boca fuertemente cerrada, con ambas manos apoyadas en el centro de su pecho, hasta que se convenció de que el corazón no se le escaparía corriendo mas rápidamente que ella. Cuando los latidos desde su pecho le parecieron de una regularidad aceptable aun esperó a que su respiración se normalizara, mientras comenzaba a convencerse a si misma de echarle la culpa del susto a  algún tipo de alucinación sonora. Enojándose fue separando su espalda del árbol y, juntando el valor para girar y asomar la cabeza, espió a la regadera, que continuaba acostada en medio del charco desparramando en el sendero de adoquines.
- ¿Es que no sabe que las regaderas no se llenan hasta el tope? -preguntó de pronto la regadera.
La bella niña volvió a esconder su cabeza detrás del árbol, esta vez gritando horrorizada sin respirar.
- ¿Cuanto tiempo va a estar ahí gritando? Ya que me tiró al piso, ¿no podría hacer el favor de enderezarme? Esta posición es incomoda y humillante. -preguntó y pidió la regadera.
- No, ¡tengo miedo! -se animo a decir casi susurrando la bella niña que, cerrando los ojos con fuerza, comprendiendo que ninguna alucinación sonora andaba dando vueltas por su jardín.
- ¿Miedo? ¿De quien? ¿De mí? -volvió a preguntar la regadera.- Pero, ¡por favor! ¿No ve que ni siquiera puedo incorporarme? Acérquese un poco, me siento ridículo hablándole a un árbol.
- ¡No! Tengo miedo –volvió a repetir la bella niña.
- ¡Mas miedo tendría que tener yo, que estoy signado por la mala suerte! ¡Ya me imaginaba que me iba a soltar cuando no dejaba de llenarme! Todos mis últimos dueños ha sido una desgracia detrás de otra. -rezongó con razón la regadera.- ¡Acérquese, no tenga miedo! No tengo ni dientes ni garras, ya ni agua tengo.
- ¡Pero habla! ¡Es una regadera que habla! -gritó la bella niña abriendo un ojo para espiar nuevamente desde atrás del árbol.- ¡Y las regaderas no hablan!
- ¡Ay, que graciosa! -dijo la regadera- Ya se que las regaderas no hablan. ¡Todo el mundo sabe que las regaderas no hablan!.
- Y si las regaderas no hablan ¿porque habla? -inteligentemente preguntó la bella niña asomando completamente la cabeza y observando curiosa a la inmóvil regadera.
- Porque yo no soy una regadera, ¡soy un príncipe! -dijo la regadera.
- ¡¿Un príncipe?! -casi grito la bella niña con cara de asco, pero en realidad sorprendida.
- Si. ¡Un príncipe! -afirmó la regadera– Y por su cara me doy cuenta de que estoy en la casa de una republicana.
- ¿Y como se metió adentro de una regadera? -fue la nueva duda de la bella niña que, aun desconfiada, comenzó a acercándose lentamente.
- ¡No estoy adentro de una regadera! Una bruja me transformó en regadera –respondió la regadera.
- Las brujas transforman a los príncipes en sapos, no en regaderas –afirmó la bella niña sin mucha convicción científica.
- ¡Eso era antes! Ahora las brujas transforman a los príncipes en cualquier cosa. En el último siglo la oferta de hechizos de los que disponen las brujas para hostigar a la monarquía es casi infinito. -explicó la regadera.
- No sé, no le creo nada. -dijo la bella niña ahora a unos cuantos pasos de lo que quedaba del agua derramada– Nunca oí hablar de príncipes regaderas.
- ¡Por supuesto! ¡No sabe llenar una regadera pero es erudita en cuestiones de la realeza y de brujería! -señaló irónica y vehementemente la regadera– Mi padre, el Rey, siempre me decía que no había nada mas desconfiado que un republicano. ¡Los republicanos son todos escépticos! me decía todas las mañanas. ¿Tal vez si fuera un sapo mudo me creería? Le informo que hace un buen rato esta manteniendo una conversación con una regadera. Por mas republicana que sea, ¡¿no le parece mas lógico tener esta conversación con un príncipe que con una regadera?!
Ante tal monologo, la bella niña se quedo sin palabras, seria, pensando en silencio con la cabeza levemente inclinada hacia la derecha, observando a la regadera. Finalmente se acerco con paso firme, la levanto y la puso derecha sobre el ovalo de su base, momento que aprovecho para preguntar interesada:
- ¿De donde es príncipe?
- Del reino de Barlovento. -respondió la regadera.
- ¿Y eso donde queda? ¡Ese reino no existe, regadera mentirosa! -preguntó, se contestó y acusó la bella niña.
- ¡No le permito! -dijo altanera la regadera– ¡El reino de Barlovento es de donde viene el viento!
- El viento viene de todos lados. -aseguró la bella niña- ¡Ese reino no existe!
- ¿Que destino puede esperar la humanidad con una juventud tan ignorante? ¡Ahora la señorita es meteoróloga! Para que se entere: el viento siempre viene del mar, me lo dijo mi padre, el Rey. Justamente, del otro del otro lado del mar esta el reino de Barlovento. -afirmo contundente la regadera.
- No le creo nada –susurro aun desconfiada la bella niña.
- Puedo demostrar que soy un príncipe. -dijo la regadera– Solo necesito que me bese para terminar con el maleficio y volver a ser el hermoso príncipe que era.
- Eso es ridículo –dijo la bella niña con cara de asco y negando con la cabeza.
- ¡Claro! Cuando antes me hablaba de la teoría del sapo, eso no era ridículo. Pero apenas le sugiero que bese una regadera, se niega como intolerante republicana. ¡Claro! ¡Cualquier mujer estaría encantada de levantar un apestoso sapo con las manos y darle un beso para transformarlo en príncipe! ¡Pero a una regadera, no! Al final, todas las mujeres son iguales. ¿Que tiene un sapo que no tenga una regadera? -reclamó la regadera.
- Usted es bastante desagradable. -le dijo la bella niña.
- ¡Por favor! Se lo pido humildemente, es solamente un besito en la punta de la roseta. -sugirió finalmente la regadera- ¡Si no es por el amor de Dios, se lo pido por el amor a la humanidad! Es solo un miserable besito, acá, donde tengo los agujeritos por donde sale el agua. ¿Donde han quedado los principios de libertad, igualdad y fraternidad?
- ¡Yo no soy republicana! -protestó la bella niña.
- ¡Con mas razón! -dijo la regadera– Entonces, ¡le ordeno que me bese! Le comunico formalmente que soy el único hijo del anciano rey de Barlovento, por lo que ya, casi casi, ya soy el rey.
- ¿Y que gano yo? -preguntó la bella niña con mirada interesada– Si se transforma en príncipe perderé mi regadera.
- Le compraré otra, una mejor, nueva, de acero inoxidable. -ofreció la regadera ansiosamente- ¡Mejor aún! Haré instalar un sistema automático de riego por goteo en su precioso jardín.
- Nada de eso me interesa –dijo la bella niña negando con la cabeza y dándole la espalda.
- Pídame lo que quiera. -le rogó la regadera– Le daré agua, tierras, flores, oro, petroleo, lo que quiera, ¡pero béseme de una vez!
- ¡No! Se casara conmigo inmediatamente. -exigió altiva la bella niña, aun de espaldas y con los brazos cruzados.
- ¡Esto es un chantaje! -gritó la regadera- ¿Quiere hacerse acreedora de un reino por un beso?
- Si fuera un sapo lo haría. -razonó la bella niña aún dándole la espalda pero espiando de reojo hacia atrás- ¡Es lo que sucede en todos los cuentos!
- Es cierto. -se resignó la regadera- Esta bien, nos casaremos apenas deje de ser una regadera.
- ¿Me da su palabra de honor? -preguntó con firmeza la bella niña.
- Tiene mi palabra de honor -aceptó la regadera.
Recién entonces, alegremente la bella niña giro sobre si misma y se agacho doblando la espalda frente a la regadera, a quien miro sonriendo satisfecha. Apoyando las manos y las rodillas sobre el agua derramada, la bella niña se inclinó acercando su rostro lentamente a la punta del caño de la regadera donde, cerrando los ojos y estirando los labios, la besó. Como rápidamente la bella niña abrió los ojos, vio que la regadera repentinamente se transformó en un chancho.
- ¡Que asco! -gritó la bella niña parándose instantáneamente y limpiándose la boca con la mano.
- Debe haber sucedido un error. -dijo el chancho- Tal vez si me besara de nuevo...
- ¡Ni loca! - volvió a gritar la bella niña.
- ¡Por favor! ¡Es solamente un beso! Si besó una regadera ¿porque no puede besar a un chancho? -preguntó el chancho con alguna lógica.
- ¡Ni loca! ¡Que asco! -ratificó a los gritos la bella niña mirando el húmedo hocico del chancho..
- ¡Bueno, esta bien! Puedo esperar hasta que nos casemos para besarla. -dijo amablemente el chancho.
- ¡Que asco! ¡Ni loca! ¡Jamas! ¡Nunca voy a casarme con un chancho! -agregó la bella niña.
- ¡Pero comprometí mi palabra de honor! -reclamó el chancho.
- ¡Nunca! ¡Nunca voy a casarme con un chancho! -reiteró la bella niña.
- ¡Es lo que te prometí! -rezongó el chancho.
- ¡No me importa! ¡No me voy a casar con un chancho! ¡No voy a besar a un chancho! -dijo la bella niña comenzando a llorar- ¿Porque tengo tan mala suerte? No solo no puedo domesticar a las flores violetas que nacen en cualquier lado, sino que ahora beso a un príncipe y ¡lo transformo en chancho!.
- No es para tanto. -trató de consolarla inútilmente el chancho, ya que la bella niña lloraba cada vez mas desconsoladamente- Todas quieren casarse con un príncipe. ¿Que tiene de malo ser un chancho? Yo puedo comerme las flores violetas y un príncipe no.
- ¿Como? -aulló la bella niña que dejó de llorar repentinamente y, secándose las lágrimas con ambas manos, miró furiosa al chancho- ¡Lo sabía! ¡Yo  sabía que no existe la monarquía de Barlovento! ¡Yo sabía que una regadera no puede ser un príncipe!
- ¡Aunque no nos casemos estoy dispuesto a terminar con las flores violetas para retribuir su generosidad! -gritaba el chancho mientras corría por todo el jardín huyendo de los puntapiés que la bella niña intentaba pegarle.
- ¡Jamón! ¡Te voy a hacer jamón! Cerdo mentiroso. ¿Porque me engañaste? -eran las propuestas y las preguntas con las que concluía la bella niña cada golpe en el lomo o las patas traseras del chancho.
- Es que si te hubiera dicho que era un chancho y no un príncipe, jamas me hubieras besado. -intentaba hacerla razonar el chancho sin dejar de correr en zigzag.
- ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Odio a todos los príncipes y a todos los chanchos! -afirmó la bella niña dejándose caer sentada en el suelo.
Finalmente se detuvo completamente embarrada por la persecución y agotada por los golpes propinados y miro al chancho que, aunque también había dejado de correr, se mantenía a una prudente distancia. Fue entonces cuando la bella niña observó con resignada amargura los destrozos que produjo la carrera en el que había sido su hermoso jardín. Vencida, se dejo caer sentada y apoyó su espalda en el suelo para poder mirar el cielo, preguntándose en voz alta:
- De los miles de millones de personas que hay en el mundo, ¿por que esto tiene que pasarme a mí?
Sin dejar de observarla y aumentando la prudente distancia en algunos pasos mas, el chancho sentó su cuarto trasero en el suelo y le contestó:
- Esa es la historia de como una regadera de zinc, al igual que la verdad, puede ser arrojada muy lejos y caer en cualquier lado, casi sin hacer ruido.

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