miércoles, 14 de julio de 2010

Cuento 1: donde se narra la historia de como una regadera de zinc, al igual que la verdad, puede ser arrojada muy lejos y caer en cualquier lado, casi sin hacer ruido

- ¿Querés que te la cuente? -preguntó el chancho.
La bella niña continuo acostada en el suelo mientras observaba indiferente un punto fijo del cielo sin decir una palabra.
- Entonces te la cuento, porque el que calla otorga. -opinó el chancho- Lo que no sabría es por donde empezar.
- Me da exactamente lo mismo. -dijo la bella niña.
- Bueno, entonces empiezo por el final. -dijo el chancho comenzando su relato- Ahí estaba yo: un trasto inútil encerrado en la sentina de un barco pirata. Por mas que el resto de mis compañeros también abandonados en la sentina trataban de levantarme el animo, me daba cuenta que no hay nada mas inútil en un barco que una regadera de zinc. Como la tristeza producto de mi desventura me invadía todas las noches (y en la sentina de un barco siempre es de noche) me pasaba todo el tiempo cantando una vieja canción de mi infancia que decía “Si por lo menos fuera un balde metal”.

CANCIÓN DEL BALDE DE METAL (tango)

Aquí estoy perdido en la oscuridad
muerto de miedo por mi destino
si al menos fuera un balde de metal
mi presencia aquí no seria un desatino.

Que grande y fea es la oscuridad
cuando ya no ilumina ni una estrella
si por lo menos fuera un balde de metal
mi vida seria mucho mas bella.

- Esa canción es una porquería -dijo la bella niña sin cambiar de posición.
- Lo mismo pensaban mis compañeros de sentina. -dijo el chancho- Pero yo estaba tan triste, tan deprimido con mi futuro, que no podía dejar de cantarla. “Algún día seras una cornamusa”, me decía un trozo de cáñamo cada vez mas pequeño a causa de las ratas. Pero yo sabia que no hay cornamusas de zinc, y menos en un barco pirata.
No se cuanto tiempo abre pasado en ese húmedo y oscuro lugar, pero un día se abrió repentinamente la tapa de la sentina y la mano de un marinero me sacó de ella. “¡Seras una cornamusa, seras una cornamusa!”, me gritaba feliz el viejo trozo de cáñamo, cada vez mas trocito que trozo, a punto ya de desaparecer. Nunca sabré si estaba tan contento por mi supuesto destino o porque podría pasar sus últimos días sin escucharme cantar. El asunto es que el marinero me llevó a la cubierta y me entregó al Capitán del barco pirata: un hombre terrible.
- Como todos los piratas -dijo la bella niña mientras acomodaba sus manos en la nuca a la manera de almohada.
- Peor, -retrucó el chancho- mucho peor. Él era el peor de los piratas. Además de tener un parche en el ojo, una pata de palo, un gancho por mano, la cara marcada por la viruela y largas la cabellera y la barba, ese hombre tenia un papagayo de los colores de la bandera sueca que se le paseaba del hombro derecho al hombro izquierdo y del hombro izquierdo al hombro derecho, siempre subiendo y bajando por el tricornio que el capitán usaba de sombrero. Como el pirata nunca se cambiaba ni el sombrero ni la chaqueta, ni se cortaba ni el pelo ni la barba, todo sobre él estaba repleto de excrementos de papagayo, lo que le daba un espantoso aspecto, el peor de todos.
- ¡Esta es la regadera de plata! Mi mas preciado tesoro. -dijo el horrible Capitán tomándome con el gancho aferrado a su brazo derecho para mostrarme a una horrible bruja, que no me miraba a mí sino a él, horrorizada.
- No te creo nada -le dijo la bruja- Esa no es la regadera de plata.
- ¡Como dices eso! -se enojo el Capitán mientras, parado sobre su sombrero, el guacamayo le daba la espalda a la bruja- Es la regadera mágica que buscas. No se la daría a nadie, pero estoy dispuesto a entregártela para cancelar nuestra deuda.
- ¿Que deuda? -preguntó la bella niña tratando de mantener un tono indiferente.
- No lo sé. -dijo el chancho- Yo vivía en la sentina y desconocía las negociaciones del pirata y la bruja. El asunto es que la bruja me miro con desconfianza y preguntó:
- ¿Y que hace de mágico?
- ¡Habla! -me ordenó el pirata- ¡Vamos, habla! ¡Canta ese tango tuyo!
- ¡Eso no me sirve para nada! -grito la bruja- Quiero una regadera que haga magia de verdad.
- ¿Y que quieres que le pida? ¿Que haga desaparecer el océano y tengamos que volver a puerto caminando? ¡Si puede hablar puede hacer cualquier cosa! -dijo el pirata mientras, sosteniéndome ahora con su mano sana, me sacudía violentamente con el mango hacia abajo, como intentando que se me cayera alguna palabra.
- ¡Bueno, basta! Me estoy mareando. -dije yo.
- ¿Lo ves, lo ves? -preguntó sonriendo el Capitán dejando de agitarme para mostrarme nuevamente a la bruja.
- La escuche. -dijo la bruja desconfiada- Igual, no me parece de plata.
- Es que en este barco nada reluce -dijo amargado el pirata.
- Eso es cierto -ratificó la bruja mirando al guacamayo sobre el sombrero del Capitán.
- ¡Mira, este es mi mas preciado tesoro! ¡Es la regadera de plata que buscas! -afirmó el pirata mientras me entregaba a la bruja. Ella no parecía muy convencida, pero monto resignada sobre su escoba y levantó vuelo sosteniéndome con una mano.
- ¡Si me mientes, volveré a encontrarte para hundir este apestoso barco! -gritó la bruja desde el aire.
- ¡Nuestra cuenta esta saldada! -le gritó a su vez el Capitán dirigiéndose a las zancadas hacia la rueda del timón.
La bruja engancho mi manija en la punta de la escoba y comenzó a alejarse del barco buscando las nubes. Aterrorizado por la altura veía como pasábamos islas, mar, nubes y mas islas. Viajamos todo ese día y toda la noche, hasta que comencé a divisar lo que debía ser un continente. Ambos mantuvimos silencio durante todo el viaje, en mi caso porque no sabia como dirigirme a mi nueva dueña, temeroso de hacerlo de manera incorrecta. Pero finalmente la ansiedad venció al miedo y mis dudas sobre el ceremonial, por lo que le pregunté:
- Atractiva dama, ¿podría usted anunciarme nuestro destino?
- Vamos a mi cueva. -dijo inexpresiva la bruja sin mirarme- Y tu destino es cumplir todos los deseos que te pida o te fundiré en el caldero.
- Gentil señora, -dije yo- estaré encantado de regar sus flores, tararear melodías, cantar y charlar siempre que usted lo desee.
La bruja lanzó una sonora carcajada que obligo a los lobos en tierra a contestar con aullidos.
- Estúpida regadera. Tengo cientos de chicos enjaulados que no cesan de hablar, odio la música y no tengo flores. Cumplirás mis mas oscuros deseos, aquellos que me resultan imposibles de realizar con hechizos y maldiciones. Y te lo advierto: si no los haces todos, uno por uno, te transformare en un lingote de plata y te venderé en el mercado de valores.
Tal vez porque era imposible que se me helara la sangre que no tenia, pude juntar muchísimo valor y decirle:
- Dulce señorita, estaría encantado de cumplir con los oscuros deseos de su luminosa imaginación, pero sucede que solo soy una modesta regadera de zinc que apenas puede mantener algún dialogo coherente y cantar un único tango, pero puedo aprender otros.
Al oír esto, la bruja detuvo repentinamente la marcha de la escoba.
- ¿Que dijiste? -me preguntó la horrible bruja mirándome.
- Que solo se un tango -dije yo mirando asustado hacia abajo, donde se veían las luces de un pequeño poblado en el centro de un pequeño valle atravesado por un arroyo.
- No. Antes. -dijo la bruja sin moverse ni dejar de mirarme.
- ¿Que soy una regadera de zinc? -le pregunté.
- ¡Y ahora me lo decís, regadera inútil! -gritó furiosa la bruja girando 180 grados la escoba a toda velocidad para retomar el rumbo por el que venia- ¡Hundiré a ese maldito pirata con barco asqueroso!
Como tampoco pude tragar la saliva que no tenia, me anime a sugerirle:
- Bella y noble justiciera, no seria conveniente que aligerara su vehículo para obtener mas velocidad y me deposite suavemente en tierra. De esa manera podrá mas rápidamente reprender a ese horrible capitán junto a toda su inmoral tripulación si es lo que tanto desea, pero a la vez tener una caritativa acción agradeciendo la valiosa información que desinteresadamente le he brindado.
A pesar de mi nobles palabras, sin detener la marcha, la desagradecida bruja me tomó con una mano aullando de ira y, rebolenadome por el aire, me arrojo con todas sus fuerzas lo mas lejos que pudo. Al principio volé paralelo a la linea del horizonte, pero luego comencé a caer, cada vez menos en diagonal y mas rápido en vertical. Por suerte, creo, caí en el tupido bosque de aquí enfrente donde, golpeando en las ramas mas altas de los pinos me fui abollando, revotando y descendiendo. Finalmente una rama me contuvo lo suficiente para luego enviarme, como desde una catapulta, hasta mi último gran abollón, aquí, en su jardín.
El chancho detuvo su relato y miró atento como la bella niña se reclinaba apoyando un codo en el suelo para a su vez estudiarlo, sorprendida y horrorizada.
- ¿Y que fue del asqueroso pirata? -preguntó fríamente la bella niña.
- Lo ignoro. -contesto el chancho- Tal vez la bruja este hundiendo su barco en este preciso momento.
- Lo que cuenta es horrible. -afirmó la bella niña sentándose en el suelo y sin dejar de mirarlo fijamente.
- Lo sé, lo sé. -dijo el chancho, parándose por las dudas.
- ¡Que asco! ¡No entiendo! Lo miro y lo miro y... no puedo entender como es posible que un chancho hable. -dijo finalmente la bella niña.
- Bueno, -dijo el chancho- Esa es la historia de la mujer egoísta que, por hablar de mas, se condena.

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