jueves, 15 de julio de 2010

Cuento 2: donde se narra la historia de la mujer mentirosa que, por hablar de mas, se condena

- El recuerdo más antiguo de mi vida es la mano del granjero vegetariano que me daba la mamadera. -dijo el chancho- Y el segundo recuerdo que tengo en mi vida es siguiendo sus botas de agua. Recuerdo lo rápido que tenia que caminar para seguir sus pasos, que eran como los de un gigante que marchaba a grandes zancadas. Supongo que por eso, para mí, el granjero vegetariano fue mi madre y mi padre a la vez.
Recuerdo que lo seguía a todos los rincones de la granja a los que él iba. Me sentaba erguido en el suelo mirándolo trabajar y esperando, porque cuando terminaba la tarea que estuviera realizando, al pasar a mi lado me acariciaba la cabeza, entonces yo lo seguía nuevamente. Cuando el granjero vegetariano se metía en el baño, yo me quedaba en la puerta cuidando. Cuando le daba de comer a las gallinas, yo le señalaba con el hocico los huevos escondidos y él los recogía rápidamente. Cuando se acostaba, yo subía a la cama y me dormía a sus pies. Y cuando viajaba a la ciudad para vender sus zapallos y verduras, él me subía al asiento del acompañante del rastrojero donde yo me sentaba a su lado mirando hacia adelante. Durante todo el largo recorrido, tanto a la ida como a la vuelta, él me hablaba de las cosas de la vida y yo lo escuchaba admirando.
Solo entre nosotros dos hubiéramos formado una familia perfecta, de no haber sido por la esposa del granjero vegetariano, que me odiaba.
- No se porque -dijo irónica la bella niña.
- Supongo que era por su carácter -contestó el chancho- o su naturaleza, o simplemente por celos, el asunto es que verdaderamente me odiaba, situación que tornaba peligrosa mi existencia porque ella no era vegetariana. Todas las noches me miraba rencorosa y le decía a su marido:
- No te parece que ya tiene edad para comerlo.
El granjero vegetariano la observaba fijamente en silencio con una expresión que helaba la sangre.
Pero ella insistía:
- Al menos podrías venderlo al carnicero. ¿Para que queremos un chancho si no lo vamos a vender ni a comer?
- El chancho mas que chancho, es un amigo. - le contestaba el granjero vegetariano acariciándome la cabeza. Y eso hacia estallar a su esposa:
- ¡Quiero carne! ¡Necesito carne! ¡Soy una mujer! ¡Estoy harta de arreglarme con zanahorias y pepinos! ¡Necesito comer carne de vez en cuando! ¡Si querés un amigo conseguí un perro!
- ¡Aj, que asco! - decía el granjero vegetariano saliendo de la casa y sosteniendo la puerta para que yo lo siguiera- Los perros comen carne.
- ¡Un día de estos vas a aprender! ¡Ya vas a ver! -la escuchábamos gritar en el interior mientras rompía las pocas cosas que quedaban en la cocina. Prendiendo la pipa, el granjero vegetariano se sentaba en el escalón de la entrada y yo me acostaba a su lado apoyando la cabeza en su pierna, ambos mirando hacia la oscuridad. Desde que recuerdo, todas las noches era lo mismo.
Un atardecer, cuando volvíamos de la ciudad con el rastrojero vacío y el bolsillo lleno, la mujer recibió al granjero vegetariano con una sonrisa y le dijo:
- Para esta noche preparé gallina.
El granjero vegetariano se puso mudo, duro y rojo. Tenia los puños apretados cerca del ombligo y los ojos salidos e inyectados en sangre mirando fijos a su esposa. Pero lo que mas me asustó fue ver como se le prendía fuego del pelo.
- ¿Como pudiste hacer eso? -logro finalmente susurrar el granjero vegetariano.
- Yo no hice nada, un zorro mató a la gallina. Y se la hubiera llevado si no lo descubría y se la sacaba. Me pareció un desperdicio enterrarla y la cociné. -le contestó siempre sonriendo su malvada esposa.- Y te advierto que no pienso correr mas a ningún zorro, si querés que te cuiden las gallinas conseguí un perro.
- Los zorros no andan de día -dijo el granjero vegetariano.
- Este si -agregó la mujer dándonos la espalda y dirigiéndose muy contenta a la casa.
Él, porque no comía gallina, y yo, solidariamente, esa noche no cenamos ninguno. Velando las plumas de la gallina estuvimos en el escalón de entrada, ambos en silencio, mientras en el interior de la casa la mujer comía y cantaba alegremente. Cuando la esposa del granjero vegetariano se fue a dormir, esperamos hasta escuchar sus ronquidos para recién entonces entrar a la casa y acostarnos.
Más temprano que tarde, finalmente llegó el día en que había que ir nuevamente a la ciudad. Ese día el granjero vegetariano se se puso en cuclillas frente a mí, apoyo su mano en mi cabeza y me dijo:
- Chancho: deberás cuidar el gallinero. Se que no tienes aún la edad para hacerte cargo, pero no hay otra opción. Dependemos de los huevos de las gallinas tanto como de los vegetales para vivir.  Seras el hombre de la casa mientras esté ausente. ¡Confió en vos!.
Y diciendo esto se levantó, me dio una palmada en el lomo, se subió al rastrojero y se fue. Lo vi alejarse por el camino hacia la ciudad hasta perderlo de vista. Después dirigí mi mirada hacia la casa donde, horrorizado, descubrí a la mujer que me miraba sonriendo. Junte todo el coraje posible y fui hasta la puerta del gallinero, donde me senté haciendo guardia. Pero a los pocos minutos, se abrió la puerta al frente de la casa y la esposa del granjero vegetariano salió marchando decidida directamente hacia mí, con una gran cuchilla. Orinandome huí corriendo. Pero la mujer no me persiguió, simplemente ingreso por la puerta al gallinero, atrapó una gallina y se la llevó a la casa.
Humillado y acobardado, volví a la puerta del gallinero para hacer guardia. Mirando siempre hacia la casa, escuchaba a la mujer cantar haciendo ruido con las cacerolas.
Ya estaba anocheciendo cuando regresó el granjero vegetariano. Quería ir a recibirlo, pero permanecí parado en la puerta del gallinero avergonzado por no haber podido cumplir con mi responsabilidad. Él caminó contento hasta mí y me acarició la cabeza, pero al mirar las gallinas descubrió que faltaba una.
- ¿Que pasó? -me preguntó.
- Vino el zorro de nuevo. Y ese cerdo inútil escapó a toda carrera apenas lo vio. -dijo la mujer sorpresivamente desde nuestras espaldas.
- No puedo creerlo. -dijo el granjero vegetariano viendo que yo negaba frenéticamente con la cabeza.
- Te dije que para lo único que sirve un cerdo es para comerlo. -sentenció la mala mujer mostrándome su lengua.
Yo estaba indignado y seguía negando con la cabeza.
- Acá sucedió otra cosa. -afirmó el granjero enfrentando con la mirada a su esposa.
- ¡Lo único que faltaba! -gritó la mujer- ¡Ahora el señor me trata de mentirosa! ¡Esto es inadmisible! ¡A ver: y que pasó con la gallina si no se la llevó el zorro! Tendría que haber algún resto por algún lado.
- Si hubiera sido un zorro habría un pozo o un agujero en el alambrado. -dedujo el granjero vegetariano.
- Le habrá abierto la puerta tu mascota. -supuso su esposa- Son animales y entre ellos se entienden. ¿O acaso me crees tan egoísta como para comerme una gallina yo sola?
- La otra vez te la comiste sola. -le cuestionó el granjero vegetariano.
- ¡Pero la preparé para los dos y vos no quisiste! -le reprochó la señora- ¡Te juro que yo no tengo nada que ver con tu miserable gallina!
- El chancho lo niega. -dijo el granjero señalando mis violentos movimientos de cabeza.
- ¡Esto es inconcebible! -gritó la mujer hacia el cielo furiosa- ¡Ahora tengo que darle explicaciones a un cerdo! ¡A ver: que diga si miento, que diga si miento! Me gustaría que hable.
- ¡Ella la asesinó! ¡Ella la asesinó! -grité, y esas fueron mis primeras palabras. Desde entonces no he dejado de hablar.
El chancho hizo un silencio. La bella niña lo observaba sentada en el pasto.
- A partir de ese momento, el granjero vegetariano puso un candado en el gallinero y volvimos a viajar juntos a la ciudad, ahora charlando. Hablábamos todo el día, de la mañana a la noche, sobre todo yo. Y aunque la esposa me odiaba cada vez mas y mas en silencio, esa fue la etapa mas feliz de mi vida. Nunca fui tan feliz como en ese lugar.
- ¡Se hubiera quedado! ¿Para que se fue? -le dijo la bella niña provocadora.
- Ah! -respondió el chancho- esa es la historia de lo peligroso que es para un chancho comer margaritas.

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