martes, 20 de julio de 2010

Cuento 4: donde se narra la historia de como se puede tener mejor vida siendo un chancho huérfano que integrando una familia perfecta

Sintiéndome un perro -dijo el chancho- caminamos unas cinco cuadras hasta un gran terreno pelado y lleno de basura con un montón de carromatos, camionetas y casas rodantes ubicados en circulo. Recordando algún antiguo comentario del granjero vegetariano, deduje que se trataba de un campamento gitano, lo que me hizo temer nuevamente por mi vida.
- Vamos, vamos, nos tenemos que ir. -me dijo el hombrecito gordo cuando comencé a tironear de la correa tratando de resistirme y huir.
- ¿Adonde me llevan? ¿Que van a hacer conmigo? -pregunté.
- No hagas un papelón. Todos te están mirando. -me dijo el hombrecito gordo sin dejar de arrastrarme firmemente con una mano y levantando la otra a modo de saludo. Aterrorizado descubrí que desde las ventanillas cada auto, camioneta y camión, según el tamaño de su respectivo acoplado,  me observaban serios o riendo, hombres extraños y de aspecto terrible, algunos con barbas, otros con grandes aros o tatuajes, y mujeres gordas, feas o hermosas. Sentados al volante o en el asiento del acompañante, percibía las miradas de todo el campamento sobre mi persona mientras avanzaba hacia el centro de la circunferencia junto al hombrecito gordo. Aunque la mayoría eran miradas curiosas y alegres, en los rostros de aquellos seres sucios y cansados me resultaron hostiles. Evidentemente me estaban esperando para partir, porque el hombrecito gordo me subió en el asiento trasero de un auto y se puso al volante. En el asiento del acompañante, apoyando los brazos en el respaldo, me examinaba con mirada penetrante, una niña bastante avejentada. El hombrecito puso en marcha el motor, saco el brazo en alto por la ventanilla y comenzó a andar lentamente, seguido por el resto. La caravana tomo una calle y se dirigió hacia la salida de la ciudad, en la dirección contraria a la casa del granjero vegetariano.
Mientras la niña avejentada no dejaba de mirarme seria y fijamente y el hombrecito gordo manejaba con tranquilidad dirigiendo al resto, recordé que en uno de los carromatos había visto un elefante y me quede en el auto tranquilo pensando que los gitanos, por ser extravagantes, tendrían el extravagante gusto de coleccionar mascotas extravagantes, como un cerdo y un elefante. Pero observando la persistencia de la mirada analítica de la niña avejentada sobre mí, repentinamente me asaltó la idea de que la gran cantidad de gitanos que conformaban esta caravana necesitaría alimentarse de mucha carne, por lo que no les alcanzaría con una vaca y optaron por comprar un elefante para el viaje, tal vez largo. Fue con este razonamiento que repentinamente comprendí las miradas alegres y anhelantes con que me recibieron aquellas personas: deduje que haciendo cuentas y complejos cálculos de carne por persona para cada día del viaje, los gitanos, tal vez, descubrieron que aun con un elefante tampoco les alcanzaría para todos y que algunos pocos quedarían sin carne justo el último día, por lo que también se habían procurado de un chancho, en el mejor de los casos para mi, solo por las dudas.
Lejos de paralizarme, el terror de la duda me hizo correr por el asiento trasero golpeando ambas puertas para intentar abrirlas.
- Parece que necesita ir al baño. -dijo la niña avejentada con voz grave.
- ¿Podrías esperar a que tomemos la ruta y salgamos de la ciudad? -me pregunto el hombrecito gordo mirándome por el espejo retrovisor.
- ¡Yo no voy a ser un elefante! -grité golpeando con fuerza mi cabeza contra la puerta.
- Habla, pero parece medio estúpido -dijo la niña avejentada.
- ¡Habla! y eso es todo. -dijo el hombrecito.
Comprobando que era imposible escapar, con la cabeza dolorida me senté erguido y comencé a mirar por la ventanilla, planificando mi huida apenas detuvieran la marcha y abrieran alguna puerta. Detrás de los árboles se veía la ruta y, detrás de ella, el sol asomando brillante. La niña avejentada también se sentó apoyando la espalda en el respaldo mirando el amanecer por el parabrisas.
- ¿Adonde vamos? -pregunte.
- ¡Vamos al éxito, muchacho! -dijo alegre el hombrecito gordo mirándome por el espejito- ¡Y el éxito esta a la vuelta de la esquina!
- Espero que el éxito este en el asiento de atrás. -dijo la niña avejentada.
- ¡Vamos al éxito y mas allá! -grito el hombrecito sacando la cabeza por la ventanilla y tocando bocina, a lo que contestaron a su vez tocando bocina todos los vehículos de la caravana, lo que me llevo a pensar en lo realmente extravagante que eran los gitanos.
El traqueteo del automóvil, o la suave tibieza de la luz del sol, o la rutinaria vista desde la ventanilla, o el análisis minucioso de mis planes para escapar mezclado con mis pensamientos sobre los peligrosos y enigmáticos gitanos, o el ajetreo de la noche anterior, o algunas de estas cosas o todas juntas a la vez, me fueron haciendo entrecerrar los ojos hasta quedar profundamente dormido.
Desperté repentinamente cuando el automóvil frenó. Desesperado pude observar que estábamos en una ciudad extraña y que la gente se paraba en las veredas para observarnos. ¿Cuanto tiempo había dormido? ¿Donde estábamos? ¿Como huiría de aquí? Asaltado por estos interrogantes volví a arremeter con la cabeza contra las puertas traseras del auto. 
- Otra vez quiere ir al baño. -dijo la niña avejentada mirándome parada en el asiento.
- ¡Excelente, excelente! -gritó el hombrecito gordo mirando por la ventanilla- ¡Mira puerco, ahí estás!
Estupefacto por lo que me pareció una excéntrica frase gitana en la que yo podía estar fuera del lugar en que yo estaba, detuve los golpes de mi cabeza a las resistentes puertas y vi por la ventanilla un gran afiche a todo color pegado en un paredón con el dibujo de un chancho con una galera en la cabeza.
- Ese no soy yo. -dije sorprendido.
- No importa, nadie se dará cuenta. Ya llegamos y ya están los carteles. ¡Esto es eficiencia! -me contestó el hombrecito bajando del auto e indicándole al resto de la caravana que ingresara en un gran terreno baldío.
- ¡Sos la atracción! -me dijo la niña avejentada sonriendo.
Volví a mirar el cartel del chancho con la galera: de su boca salia un globo con letras. En ese momento aun no sabia leer, por lo que estaba lejos de comprender lo afortunado que era. El hombrecito me bajo del auto tomándome en brazos y, colocándome su galera en la cabeza, caminó hasta el centro del circulo que iban formado los vehículos al estacionar.
- Ahora levantaremos la carpa y después haremos el desfile. -decía el hombrecito a los que nos rodeaban saludándome alegremente.
Desde sus brazos observe como unos hombres levantaban la gigantesca carpa, mientras otros bajaban al elefante de su carromato, lo bañaban y le daban de comer. Como lentamente iban colocando las luces, practicaban rutinas y se disfrazaban. Ya durante el desfile, pero fundamentalmente durante la función de esa misma noche, algo cambió en mi para siempre, me dí cuenta que mi destino estaba ligado al espectáculo y que en ese momento, lo que mas deseaba en mi vida, era trabajar en un circo.
- ¿¡Trabajar en un circo!? -preguntó la bella niña con cara de asco- ¿Un circo de gitanos?
- ¡No eran gitanos! -contestó el chancho.
- Usted dijo que eran gitanos. -recordó la bella niña.
- No, no, no. Dije que supuse que eran gitanos. Era un circo. Es cierto que había un gitano que escupía fuego y tragaba sables y espadas, pero ambos trabajábamos en el circo. -reafirmó el chancho- .Y, le diré señorita, que nos dábamos la gran vida en cada ciudad que pisábamos. ¡Y actuamos en casi todo el mundo! El único triste era Juan.
- ¿Juan, que Juan? -indagó la bella niña.
- ¡Juan! -respondió el chancho- Juan, el que vivía en un lavarropas.

viernes, 16 de julio de 2010

Cuento 3: donde se narra la historia de lo peligroso que es para un chancho comer margaritas

- A partir de que pude hablar -comenzó a relatar el chancho- el granjero vegetariano, además de ser mi madre y mi padre, también fue mi amigo. Y ambos teníamos un enemigo común: su mujer, que se había vuelto silenciosa, seria y retraída. Ahora si se podría afirmar que realmente eramos una familia perfecta. Sin embargo, el granjero vegetariano desconfiaba de su esposa:
- Algo se trae. -me decía siempre en secreto.
Cada tanto la mujer tenia un gesto condescendiente hacia mí, aunque nunca me acariciaba ni me hablaba. A veces me servía maíz en un plato y otras veces, cuando pelaba papas o naranjas, tiraba las cascaras en el piso para que yo las comiese. Su marido me miraba en silencio aparentando indiferencia.
- No te confíes demasiado. -me decía cuando estábamos nuevamente solos. Seguramente él la conocía mas que yo, que era demasiado joven e ingenuo y no tenia su experiencia. Como siempre sucede, mas temprano que tarde, lamentaría no haberle dado la jerarquía que merecían los consejos oportunos y coincidentes de un padre, una madre y un amigo.
La cuestión fue que un día la mujer regreso del campo con una gran bolsa negra de polietileno. En silencio, la vimos entrar a la casa. Continuamos cumpliendo con nuestras responsabilidades: el granjero vegetariano siguió regando los zapallos y yo seguí mirándolo regar los zapallos, ambos sin decir nada, a pesar de que no era común que la mujer fuera al campo ni entrara a la cocina con una bolsa. Esa noche, en la que me encontraba como siempre durmiendo en la cama a los pies del granjero vegetariano, escuche ruidos extraños en la cocina. Supuse que era la mujer, pero no reconocía los ruidos ni los olores. Curioso, pero también temiendo por la seguridad de mi familia, salte de la cama y me acerque a espiar. La mujer estaba sentada a la mesa con la gran bolsa a su lado, de la que sacaba margaritas que iba despojando de sus pétalos uno a uno, tirándolos al piso. Como todo eso me parecía un desperdicio, me acerque para comer rápidamente los blancos pétalos.
- ¿Te gustan? -me dijo por primera vez en nuestras vidas la pérfida mujer- Pero lo mejor son los centros, mucho mas dulces y carnosos. ¿Sabias que es de donde sacan miel las abejas?
Yo no le conteste y seguí comiendo del piso los pétalos hasta que no quedo ninguno. Entonces ella empezó a guardar los centros amarillos en la gran bolsa y salió de la casa llevándolos hacia la oscuridad. En ese momento no supe que hacer, si despertar al granjero vegetariano para avisarle sobre la extraña acción de su mujer, o seguirla para ver que hacia con la bolsa. Como siempre me habían resultado extrañas todas las actitudes de esa mujer, decidí que no era necesario despertar a su marido por algo que supondríamos normalmente anormal, y salí por la puerta que había quedado abierta en búsqueda de los restos de margaritas. En la noche, no la distinguía por ningún lado, no veía su silueta ni su sombra. Rodee la casa y, apenas levante el hocico intentando que algún olor denunciara hacia donde se había ido, un bozal cayó sobre mi boca, impidiéndome gritar. Comencé a mover violentamente la cabeza intentando zafarme de esa molestia, pero era inútil. Intente correr, pero inmediatamente un collar rodeo mi cuello para arrastrarme alejándome de la casa. Toda mi fuerza y mi resistencia fueron infructuosas, la correa inexorablemente me arrastraba lejos de la casa y lo único que se escuchaba eran los ronquidos del granjero vegetariano, cada vez mas lejos.
Sabiéndome impotente en manos de la mujer, ya sin fuerzas para resistirme pero temiendo por mi destino, caminé en la dirección que la correa me exigía, esperando que la mano que me llevaba se confiara por un solo segundo para así intentar zafarme con un sorpresivo y violento tirón. Pero antes de que llegara ese momento, la mujer ató la correa, me tomo en brazos y me subió a la caja del rastrojero, el lugar reservado para los zapallos y las verduras. Recién me dí cuenta que había sido arrastrado por el camino hacia la ciudad y que el rastrojero estaba escondido lejos de la casa, cuando la mujer lo puso en marcha.
Llegamos a la ciudad antes del amanecer y la mujer se estacionó frente a la puerta de la carnicería. Atado, amordazado, veía que mi final era inminente, cuando apareció un hombrecito gordo vestido con frac y galera para hablar con la mujer. La mujer lo saludo dándole la mano y ambos se acercaron a mí.
- Mira chancho, tenés dos opciones: o me mostrás que podes hablar y te venís conmigo, o tu dueña te vende al carnicero. -me dijo el hombrecito gordo sacándome el bozal.
- ¡No quiero morir! -grite con todas mis fuerzas apenas pude hacerlo, intentando zafarme de la correa- ¡Soy demasiado joven para morir!
- Bueno, esta bien. -le dijo el gordito a la esposa del granjero vegetariano entregándole un montoncito de billetes doblados- ¡me lo llevó!. La mujer comenzó a contar el dinero mientras el hombrecito desataba la correa del rastrojero y me bajaba hasta la vereda diciéndome:
- No vas a morir, vas a vivir como un príncipe. Deja de gritar.
- Esta todo. -dijo la mujer guardándose el dinero.
- ¡Por supuesto! -le ratificó el gordito saludándola con un gesto y separando levemente la galera de su cabeza. La mujer se sentó al volante del rastrojero, encendió el motor y partió sin decir otra palabra. Yo veía como con ella se iba todo lo que conocía hasta entonces y creo que el hombrecito tubo la gentileza de esperar hasta que la mujer se perdiera de vista para comenzar a caminar conmigo, llevándome de la correa. Caminaba a su lado con la cabeza gacha, mirando las rayitas de las baldosas, tan triste, tan desconsolado, que no podía decir una palabra.
- ¿Y a donde lo llevaba? -preguntó con cierta preocupación la bella niña al chancho.
- Esa, -respondió el chancho- el es la historia de como se puede tener mejor vida siendo un chancho huérfano que integrando una familia perfecta.

jueves, 15 de julio de 2010

Cuento 2: donde se narra la historia de la mujer mentirosa que, por hablar de mas, se condena

- El recuerdo más antiguo de mi vida es la mano del granjero vegetariano que me daba la mamadera. -dijo el chancho- Y el segundo recuerdo que tengo en mi vida es siguiendo sus botas de agua. Recuerdo lo rápido que tenia que caminar para seguir sus pasos, que eran como los de un gigante que marchaba a grandes zancadas. Supongo que por eso, para mí, el granjero vegetariano fue mi madre y mi padre a la vez.
Recuerdo que lo seguía a todos los rincones de la granja a los que él iba. Me sentaba erguido en el suelo mirándolo trabajar y esperando, porque cuando terminaba la tarea que estuviera realizando, al pasar a mi lado me acariciaba la cabeza, entonces yo lo seguía nuevamente. Cuando el granjero vegetariano se metía en el baño, yo me quedaba en la puerta cuidando. Cuando le daba de comer a las gallinas, yo le señalaba con el hocico los huevos escondidos y él los recogía rápidamente. Cuando se acostaba, yo subía a la cama y me dormía a sus pies. Y cuando viajaba a la ciudad para vender sus zapallos y verduras, él me subía al asiento del acompañante del rastrojero donde yo me sentaba a su lado mirando hacia adelante. Durante todo el largo recorrido, tanto a la ida como a la vuelta, él me hablaba de las cosas de la vida y yo lo escuchaba admirando.
Solo entre nosotros dos hubiéramos formado una familia perfecta, de no haber sido por la esposa del granjero vegetariano, que me odiaba.
- No se porque -dijo irónica la bella niña.
- Supongo que era por su carácter -contestó el chancho- o su naturaleza, o simplemente por celos, el asunto es que verdaderamente me odiaba, situación que tornaba peligrosa mi existencia porque ella no era vegetariana. Todas las noches me miraba rencorosa y le decía a su marido:
- No te parece que ya tiene edad para comerlo.
El granjero vegetariano la observaba fijamente en silencio con una expresión que helaba la sangre.
Pero ella insistía:
- Al menos podrías venderlo al carnicero. ¿Para que queremos un chancho si no lo vamos a vender ni a comer?
- El chancho mas que chancho, es un amigo. - le contestaba el granjero vegetariano acariciándome la cabeza. Y eso hacia estallar a su esposa:
- ¡Quiero carne! ¡Necesito carne! ¡Soy una mujer! ¡Estoy harta de arreglarme con zanahorias y pepinos! ¡Necesito comer carne de vez en cuando! ¡Si querés un amigo conseguí un perro!
- ¡Aj, que asco! - decía el granjero vegetariano saliendo de la casa y sosteniendo la puerta para que yo lo siguiera- Los perros comen carne.
- ¡Un día de estos vas a aprender! ¡Ya vas a ver! -la escuchábamos gritar en el interior mientras rompía las pocas cosas que quedaban en la cocina. Prendiendo la pipa, el granjero vegetariano se sentaba en el escalón de la entrada y yo me acostaba a su lado apoyando la cabeza en su pierna, ambos mirando hacia la oscuridad. Desde que recuerdo, todas las noches era lo mismo.
Un atardecer, cuando volvíamos de la ciudad con el rastrojero vacío y el bolsillo lleno, la mujer recibió al granjero vegetariano con una sonrisa y le dijo:
- Para esta noche preparé gallina.
El granjero vegetariano se puso mudo, duro y rojo. Tenia los puños apretados cerca del ombligo y los ojos salidos e inyectados en sangre mirando fijos a su esposa. Pero lo que mas me asustó fue ver como se le prendía fuego del pelo.
- ¿Como pudiste hacer eso? -logro finalmente susurrar el granjero vegetariano.
- Yo no hice nada, un zorro mató a la gallina. Y se la hubiera llevado si no lo descubría y se la sacaba. Me pareció un desperdicio enterrarla y la cociné. -le contestó siempre sonriendo su malvada esposa.- Y te advierto que no pienso correr mas a ningún zorro, si querés que te cuiden las gallinas conseguí un perro.
- Los zorros no andan de día -dijo el granjero vegetariano.
- Este si -agregó la mujer dándonos la espalda y dirigiéndose muy contenta a la casa.
Él, porque no comía gallina, y yo, solidariamente, esa noche no cenamos ninguno. Velando las plumas de la gallina estuvimos en el escalón de entrada, ambos en silencio, mientras en el interior de la casa la mujer comía y cantaba alegremente. Cuando la esposa del granjero vegetariano se fue a dormir, esperamos hasta escuchar sus ronquidos para recién entonces entrar a la casa y acostarnos.
Más temprano que tarde, finalmente llegó el día en que había que ir nuevamente a la ciudad. Ese día el granjero vegetariano se se puso en cuclillas frente a mí, apoyo su mano en mi cabeza y me dijo:
- Chancho: deberás cuidar el gallinero. Se que no tienes aún la edad para hacerte cargo, pero no hay otra opción. Dependemos de los huevos de las gallinas tanto como de los vegetales para vivir.  Seras el hombre de la casa mientras esté ausente. ¡Confió en vos!.
Y diciendo esto se levantó, me dio una palmada en el lomo, se subió al rastrojero y se fue. Lo vi alejarse por el camino hacia la ciudad hasta perderlo de vista. Después dirigí mi mirada hacia la casa donde, horrorizado, descubrí a la mujer que me miraba sonriendo. Junte todo el coraje posible y fui hasta la puerta del gallinero, donde me senté haciendo guardia. Pero a los pocos minutos, se abrió la puerta al frente de la casa y la esposa del granjero vegetariano salió marchando decidida directamente hacia mí, con una gran cuchilla. Orinandome huí corriendo. Pero la mujer no me persiguió, simplemente ingreso por la puerta al gallinero, atrapó una gallina y se la llevó a la casa.
Humillado y acobardado, volví a la puerta del gallinero para hacer guardia. Mirando siempre hacia la casa, escuchaba a la mujer cantar haciendo ruido con las cacerolas.
Ya estaba anocheciendo cuando regresó el granjero vegetariano. Quería ir a recibirlo, pero permanecí parado en la puerta del gallinero avergonzado por no haber podido cumplir con mi responsabilidad. Él caminó contento hasta mí y me acarició la cabeza, pero al mirar las gallinas descubrió que faltaba una.
- ¿Que pasó? -me preguntó.
- Vino el zorro de nuevo. Y ese cerdo inútil escapó a toda carrera apenas lo vio. -dijo la mujer sorpresivamente desde nuestras espaldas.
- No puedo creerlo. -dijo el granjero vegetariano viendo que yo negaba frenéticamente con la cabeza.
- Te dije que para lo único que sirve un cerdo es para comerlo. -sentenció la mala mujer mostrándome su lengua.
Yo estaba indignado y seguía negando con la cabeza.
- Acá sucedió otra cosa. -afirmó el granjero enfrentando con la mirada a su esposa.
- ¡Lo único que faltaba! -gritó la mujer- ¡Ahora el señor me trata de mentirosa! ¡Esto es inadmisible! ¡A ver: y que pasó con la gallina si no se la llevó el zorro! Tendría que haber algún resto por algún lado.
- Si hubiera sido un zorro habría un pozo o un agujero en el alambrado. -dedujo el granjero vegetariano.
- Le habrá abierto la puerta tu mascota. -supuso su esposa- Son animales y entre ellos se entienden. ¿O acaso me crees tan egoísta como para comerme una gallina yo sola?
- La otra vez te la comiste sola. -le cuestionó el granjero vegetariano.
- ¡Pero la preparé para los dos y vos no quisiste! -le reprochó la señora- ¡Te juro que yo no tengo nada que ver con tu miserable gallina!
- El chancho lo niega. -dijo el granjero señalando mis violentos movimientos de cabeza.
- ¡Esto es inconcebible! -gritó la mujer hacia el cielo furiosa- ¡Ahora tengo que darle explicaciones a un cerdo! ¡A ver: que diga si miento, que diga si miento! Me gustaría que hable.
- ¡Ella la asesinó! ¡Ella la asesinó! -grité, y esas fueron mis primeras palabras. Desde entonces no he dejado de hablar.
El chancho hizo un silencio. La bella niña lo observaba sentada en el pasto.
- A partir de ese momento, el granjero vegetariano puso un candado en el gallinero y volvimos a viajar juntos a la ciudad, ahora charlando. Hablábamos todo el día, de la mañana a la noche, sobre todo yo. Y aunque la esposa me odiaba cada vez mas y mas en silencio, esa fue la etapa mas feliz de mi vida. Nunca fui tan feliz como en ese lugar.
- ¡Se hubiera quedado! ¿Para que se fue? -le dijo la bella niña provocadora.
- Ah! -respondió el chancho- esa es la historia de lo peligroso que es para un chancho comer margaritas.

miércoles, 14 de julio de 2010

Cuento 1: donde se narra la historia de como una regadera de zinc, al igual que la verdad, puede ser arrojada muy lejos y caer en cualquier lado, casi sin hacer ruido

- ¿Querés que te la cuente? -preguntó el chancho.
La bella niña continuo acostada en el suelo mientras observaba indiferente un punto fijo del cielo sin decir una palabra.
- Entonces te la cuento, porque el que calla otorga. -opinó el chancho- Lo que no sabría es por donde empezar.
- Me da exactamente lo mismo. -dijo la bella niña.
- Bueno, entonces empiezo por el final. -dijo el chancho comenzando su relato- Ahí estaba yo: un trasto inútil encerrado en la sentina de un barco pirata. Por mas que el resto de mis compañeros también abandonados en la sentina trataban de levantarme el animo, me daba cuenta que no hay nada mas inútil en un barco que una regadera de zinc. Como la tristeza producto de mi desventura me invadía todas las noches (y en la sentina de un barco siempre es de noche) me pasaba todo el tiempo cantando una vieja canción de mi infancia que decía “Si por lo menos fuera un balde metal”.

CANCIÓN DEL BALDE DE METAL (tango)

Aquí estoy perdido en la oscuridad
muerto de miedo por mi destino
si al menos fuera un balde de metal
mi presencia aquí no seria un desatino.

Que grande y fea es la oscuridad
cuando ya no ilumina ni una estrella
si por lo menos fuera un balde de metal
mi vida seria mucho mas bella.

- Esa canción es una porquería -dijo la bella niña sin cambiar de posición.
- Lo mismo pensaban mis compañeros de sentina. -dijo el chancho- Pero yo estaba tan triste, tan deprimido con mi futuro, que no podía dejar de cantarla. “Algún día seras una cornamusa”, me decía un trozo de cáñamo cada vez mas pequeño a causa de las ratas. Pero yo sabia que no hay cornamusas de zinc, y menos en un barco pirata.
No se cuanto tiempo abre pasado en ese húmedo y oscuro lugar, pero un día se abrió repentinamente la tapa de la sentina y la mano de un marinero me sacó de ella. “¡Seras una cornamusa, seras una cornamusa!”, me gritaba feliz el viejo trozo de cáñamo, cada vez mas trocito que trozo, a punto ya de desaparecer. Nunca sabré si estaba tan contento por mi supuesto destino o porque podría pasar sus últimos días sin escucharme cantar. El asunto es que el marinero me llevó a la cubierta y me entregó al Capitán del barco pirata: un hombre terrible.
- Como todos los piratas -dijo la bella niña mientras acomodaba sus manos en la nuca a la manera de almohada.
- Peor, -retrucó el chancho- mucho peor. Él era el peor de los piratas. Además de tener un parche en el ojo, una pata de palo, un gancho por mano, la cara marcada por la viruela y largas la cabellera y la barba, ese hombre tenia un papagayo de los colores de la bandera sueca que se le paseaba del hombro derecho al hombro izquierdo y del hombro izquierdo al hombro derecho, siempre subiendo y bajando por el tricornio que el capitán usaba de sombrero. Como el pirata nunca se cambiaba ni el sombrero ni la chaqueta, ni se cortaba ni el pelo ni la barba, todo sobre él estaba repleto de excrementos de papagayo, lo que le daba un espantoso aspecto, el peor de todos.
- ¡Esta es la regadera de plata! Mi mas preciado tesoro. -dijo el horrible Capitán tomándome con el gancho aferrado a su brazo derecho para mostrarme a una horrible bruja, que no me miraba a mí sino a él, horrorizada.
- No te creo nada -le dijo la bruja- Esa no es la regadera de plata.
- ¡Como dices eso! -se enojo el Capitán mientras, parado sobre su sombrero, el guacamayo le daba la espalda a la bruja- Es la regadera mágica que buscas. No se la daría a nadie, pero estoy dispuesto a entregártela para cancelar nuestra deuda.
- ¿Que deuda? -preguntó la bella niña tratando de mantener un tono indiferente.
- No lo sé. -dijo el chancho- Yo vivía en la sentina y desconocía las negociaciones del pirata y la bruja. El asunto es que la bruja me miro con desconfianza y preguntó:
- ¿Y que hace de mágico?
- ¡Habla! -me ordenó el pirata- ¡Vamos, habla! ¡Canta ese tango tuyo!
- ¡Eso no me sirve para nada! -grito la bruja- Quiero una regadera que haga magia de verdad.
- ¿Y que quieres que le pida? ¿Que haga desaparecer el océano y tengamos que volver a puerto caminando? ¡Si puede hablar puede hacer cualquier cosa! -dijo el pirata mientras, sosteniéndome ahora con su mano sana, me sacudía violentamente con el mango hacia abajo, como intentando que se me cayera alguna palabra.
- ¡Bueno, basta! Me estoy mareando. -dije yo.
- ¿Lo ves, lo ves? -preguntó sonriendo el Capitán dejando de agitarme para mostrarme nuevamente a la bruja.
- La escuche. -dijo la bruja desconfiada- Igual, no me parece de plata.
- Es que en este barco nada reluce -dijo amargado el pirata.
- Eso es cierto -ratificó la bruja mirando al guacamayo sobre el sombrero del Capitán.
- ¡Mira, este es mi mas preciado tesoro! ¡Es la regadera de plata que buscas! -afirmó el pirata mientras me entregaba a la bruja. Ella no parecía muy convencida, pero monto resignada sobre su escoba y levantó vuelo sosteniéndome con una mano.
- ¡Si me mientes, volveré a encontrarte para hundir este apestoso barco! -gritó la bruja desde el aire.
- ¡Nuestra cuenta esta saldada! -le gritó a su vez el Capitán dirigiéndose a las zancadas hacia la rueda del timón.
La bruja engancho mi manija en la punta de la escoba y comenzó a alejarse del barco buscando las nubes. Aterrorizado por la altura veía como pasábamos islas, mar, nubes y mas islas. Viajamos todo ese día y toda la noche, hasta que comencé a divisar lo que debía ser un continente. Ambos mantuvimos silencio durante todo el viaje, en mi caso porque no sabia como dirigirme a mi nueva dueña, temeroso de hacerlo de manera incorrecta. Pero finalmente la ansiedad venció al miedo y mis dudas sobre el ceremonial, por lo que le pregunté:
- Atractiva dama, ¿podría usted anunciarme nuestro destino?
- Vamos a mi cueva. -dijo inexpresiva la bruja sin mirarme- Y tu destino es cumplir todos los deseos que te pida o te fundiré en el caldero.
- Gentil señora, -dije yo- estaré encantado de regar sus flores, tararear melodías, cantar y charlar siempre que usted lo desee.
La bruja lanzó una sonora carcajada que obligo a los lobos en tierra a contestar con aullidos.
- Estúpida regadera. Tengo cientos de chicos enjaulados que no cesan de hablar, odio la música y no tengo flores. Cumplirás mis mas oscuros deseos, aquellos que me resultan imposibles de realizar con hechizos y maldiciones. Y te lo advierto: si no los haces todos, uno por uno, te transformare en un lingote de plata y te venderé en el mercado de valores.
Tal vez porque era imposible que se me helara la sangre que no tenia, pude juntar muchísimo valor y decirle:
- Dulce señorita, estaría encantado de cumplir con los oscuros deseos de su luminosa imaginación, pero sucede que solo soy una modesta regadera de zinc que apenas puede mantener algún dialogo coherente y cantar un único tango, pero puedo aprender otros.
Al oír esto, la bruja detuvo repentinamente la marcha de la escoba.
- ¿Que dijiste? -me preguntó la horrible bruja mirándome.
- Que solo se un tango -dije yo mirando asustado hacia abajo, donde se veían las luces de un pequeño poblado en el centro de un pequeño valle atravesado por un arroyo.
- No. Antes. -dijo la bruja sin moverse ni dejar de mirarme.
- ¿Que soy una regadera de zinc? -le pregunté.
- ¡Y ahora me lo decís, regadera inútil! -gritó furiosa la bruja girando 180 grados la escoba a toda velocidad para retomar el rumbo por el que venia- ¡Hundiré a ese maldito pirata con barco asqueroso!
Como tampoco pude tragar la saliva que no tenia, me anime a sugerirle:
- Bella y noble justiciera, no seria conveniente que aligerara su vehículo para obtener mas velocidad y me deposite suavemente en tierra. De esa manera podrá mas rápidamente reprender a ese horrible capitán junto a toda su inmoral tripulación si es lo que tanto desea, pero a la vez tener una caritativa acción agradeciendo la valiosa información que desinteresadamente le he brindado.
A pesar de mi nobles palabras, sin detener la marcha, la desagradecida bruja me tomó con una mano aullando de ira y, rebolenadome por el aire, me arrojo con todas sus fuerzas lo mas lejos que pudo. Al principio volé paralelo a la linea del horizonte, pero luego comencé a caer, cada vez menos en diagonal y mas rápido en vertical. Por suerte, creo, caí en el tupido bosque de aquí enfrente donde, golpeando en las ramas mas altas de los pinos me fui abollando, revotando y descendiendo. Finalmente una rama me contuvo lo suficiente para luego enviarme, como desde una catapulta, hasta mi último gran abollón, aquí, en su jardín.
El chancho detuvo su relato y miró atento como la bella niña se reclinaba apoyando un codo en el suelo para a su vez estudiarlo, sorprendida y horrorizada.
- ¿Y que fue del asqueroso pirata? -preguntó fríamente la bella niña.
- Lo ignoro. -contesto el chancho- Tal vez la bruja este hundiendo su barco en este preciso momento.
- Lo que cuenta es horrible. -afirmó la bella niña sentándose en el suelo y sin dejar de mirarlo fijamente.
- Lo sé, lo sé. -dijo el chancho, parándose por las dudas.
- ¡Que asco! ¡No entiendo! Lo miro y lo miro y... no puedo entender como es posible que un chancho hable. -dijo finalmente la bella niña.
- Bueno, -dijo el chancho- Esa es la historia de la mujer egoísta que, por hablar de mas, se condena.

martes, 13 de julio de 2010

Prologo: donde se narra la historia de una bella niña que descubre que las cosas no son lo que son.

Grande fue su sorpresa, aunque también su felicidad, cuando una mañana la bella niña encontró una regadera tirada en medio de su jardín. Era una regadera de zinc, bastante abollada y con un gran machucón en su base, pero totalmente útil. La bella niña miro hacia el sendero, después hacia la primera línea de árboles del bosque, pero no vio a nadie. No entendía como podía haber llegado esa regadera hasta su jardín sin que alguien la dejara y, si alguien hubiera ingresado a su jardín, la campanita de la puerta haría sonado. Tal vez su alegría, tal vez su ansiedad, tal vez la comodidad que representaba la aparición de una regadera, confundieron a la bella niña de que podría tratarse de un milagro.
La bella niña vivía en una solitaria casita al final de un largo sendero que recorría la ladera de un cerro. La pequeña casita, de paredes blancas y el techo a dos aguas de tejas rojas, igual a las que siempre dibujan los niños, estaba rodeada de un pequeño y ordenado jardín con un cantero lleno de flores amarillas, rojas, blancas y azules, pero algunas flores de color violeta crecían pequeñas y desordenadas entre el césped. Un cerco bajo de tablitas pintadas de rojo brillante con puntas señalando el cielo separaba el jardín del resto del mundo. El resto del mundo más cercano era un bosque oscuro de enormes árboles amontonados que trepaba hasta la cima del cerro y, según dicen, aún mas allá. Desde el fondo del colorido y pequeño jardín se observaba el resto del mundo mas lejano: cuando la bella niña corría las blanquísimas cortinas de encajes de la ventanita de atrás de la única habitación de la casita, se observaba, profundo y lejano, un valle, un arroyo que lo atravesaba y, sobre la orilla mas lejana, los techos rojos y las paredes blancas de las casas del pequeño pueblito con su iglesia y su molino de agua. Era un lugar de cuento porque este es un cuento, pero es un cuento de verdad.
Todas las mañanas la bella niña se levantaba cuando el primer rayo del sol, que siempre era dorado, entraba por un agujerito en el encaje de la cortina de la ventana del fondo de la habitación y le manchaba la punta de la nariz, dándole calor. Lo primero que hacia la bella niña era espiar al valle aun en sombras, donde casi siempre una nubecita se elevaba desde el pueblo. Luego de comprobar que el mundo seguía ahí, sobre las últimas brasas del fogón la bella niña ponía ramitas, sobre las ramitas, ramas, sobre las ramas, un tronco y sobre el tronco, colgando de un gancho, la pava, donde calentaba agua. Como calentar el agua llevaba mucho tiempo, la bella niña aprovechaba para peinarse, ya que peinarse le llevaba mucho tiempo. Cuando se ataba el pelo con una cinta de color rosa, el agua hervía, y entonces preparaba una gran taza de mate cocido que tomaba en el fondo del jardín mientras miraba como la luz del sol avanzaba lentamente inundando el valle. Después empezaba a trabajar: A la mañana limpiaba toda la casa, hacia la cama, preparaba el almuerzo y contaba una a una las flores, anotando en un cuaderno cuantas había de cada color. A la tarde preparaba los dulces que una vez por semana vendía en el pueblo y, cuando la sombra del bosque avanzaba sobre su pequeño jardín, llenaba con agua una vieja latita de puré de tomates perita y regaba sus flores, primero a las amarillas, después las rojas, anteúltimas las blancas, y finalmente las azules. Nunca regaba las flores violetas porque eran rebeldes. Así siempre llegaba la noche, porque la bella niña iba y venía de aquí para allá, de la canilla a las flores y de las flores a la canilla, cargando y descargando, llenando y vaciando el pequeño tachito oxidado.
Por eso, el día en que la bella niña encontró la regadera, la rutina fue atacada por la emoción. Aún con los primeros rayos del sol recorriendo los resquicios del valle, se dispuso a regar en un horario que sabia hostil para las flores. Puso la regadera bajo la canilla y comprobó que la había llenado demasiado cuando necesitó ambas manos para levantarla. Manteniendo el equilibrio con esfuerzo, con ambos brazos extendidos y arqueando la espalda hacia atrás, la bella niña comenzó a caminar perdiendo agua en el vaivén y golpeándose las rodillas a cada paso. Sin embargo el peso pudo mas que el orgullo y la regadera se le soltó y golpó de canto contra los adoquines del sendero. Perdiendo agua, la regadera cayó de lado y gritó: “¡Ay!”.
Sin pensar en volver a pararla para detener el agua que se derramaba, la bella niña corrió asustada para esconderse detrás del tronco del único árbol de su jardín. Transcurrió bastante tiempo con los ojos inmensamente abiertos y la boca fuertemente cerrada, con ambas manos apoyadas en el centro de su pecho, hasta que se convenció de que el corazón no se le escaparía corriendo mas rápidamente que ella. Cuando los latidos desde su pecho le parecieron de una regularidad aceptable aun esperó a que su respiración se normalizara, mientras comenzaba a convencerse a si misma de echarle la culpa del susto a  algún tipo de alucinación sonora. Enojándose fue separando su espalda del árbol y, juntando el valor para girar y asomar la cabeza, espió a la regadera, que continuaba acostada en medio del charco desparramando en el sendero de adoquines.
- ¿Es que no sabe que las regaderas no se llenan hasta el tope? -preguntó de pronto la regadera.
La bella niña volvió a esconder su cabeza detrás del árbol, esta vez gritando horrorizada sin respirar.
- ¿Cuanto tiempo va a estar ahí gritando? Ya que me tiró al piso, ¿no podría hacer el favor de enderezarme? Esta posición es incomoda y humillante. -preguntó y pidió la regadera.
- No, ¡tengo miedo! -se animo a decir casi susurrando la bella niña que, cerrando los ojos con fuerza, comprendiendo que ninguna alucinación sonora andaba dando vueltas por su jardín.
- ¿Miedo? ¿De quien? ¿De mí? -volvió a preguntar la regadera.- Pero, ¡por favor! ¿No ve que ni siquiera puedo incorporarme? Acérquese un poco, me siento ridículo hablándole a un árbol.
- ¡No! Tengo miedo –volvió a repetir la bella niña.
- ¡Mas miedo tendría que tener yo, que estoy signado por la mala suerte! ¡Ya me imaginaba que me iba a soltar cuando no dejaba de llenarme! Todos mis últimos dueños ha sido una desgracia detrás de otra. -rezongó con razón la regadera.- ¡Acérquese, no tenga miedo! No tengo ni dientes ni garras, ya ni agua tengo.
- ¡Pero habla! ¡Es una regadera que habla! -gritó la bella niña abriendo un ojo para espiar nuevamente desde atrás del árbol.- ¡Y las regaderas no hablan!
- ¡Ay, que graciosa! -dijo la regadera- Ya se que las regaderas no hablan. ¡Todo el mundo sabe que las regaderas no hablan!.
- Y si las regaderas no hablan ¿porque habla? -inteligentemente preguntó la bella niña asomando completamente la cabeza y observando curiosa a la inmóvil regadera.
- Porque yo no soy una regadera, ¡soy un príncipe! -dijo la regadera.
- ¡¿Un príncipe?! -casi grito la bella niña con cara de asco, pero en realidad sorprendida.
- Si. ¡Un príncipe! -afirmó la regadera– Y por su cara me doy cuenta de que estoy en la casa de una republicana.
- ¿Y como se metió adentro de una regadera? -fue la nueva duda de la bella niña que, aun desconfiada, comenzó a acercándose lentamente.
- ¡No estoy adentro de una regadera! Una bruja me transformó en regadera –respondió la regadera.
- Las brujas transforman a los príncipes en sapos, no en regaderas –afirmó la bella niña sin mucha convicción científica.
- ¡Eso era antes! Ahora las brujas transforman a los príncipes en cualquier cosa. En el último siglo la oferta de hechizos de los que disponen las brujas para hostigar a la monarquía es casi infinito. -explicó la regadera.
- No sé, no le creo nada. -dijo la bella niña ahora a unos cuantos pasos de lo que quedaba del agua derramada– Nunca oí hablar de príncipes regaderas.
- ¡Por supuesto! ¡No sabe llenar una regadera pero es erudita en cuestiones de la realeza y de brujería! -señaló irónica y vehementemente la regadera– Mi padre, el Rey, siempre me decía que no había nada mas desconfiado que un republicano. ¡Los republicanos son todos escépticos! me decía todas las mañanas. ¿Tal vez si fuera un sapo mudo me creería? Le informo que hace un buen rato esta manteniendo una conversación con una regadera. Por mas republicana que sea, ¡¿no le parece mas lógico tener esta conversación con un príncipe que con una regadera?!
Ante tal monologo, la bella niña se quedo sin palabras, seria, pensando en silencio con la cabeza levemente inclinada hacia la derecha, observando a la regadera. Finalmente se acerco con paso firme, la levanto y la puso derecha sobre el ovalo de su base, momento que aprovecho para preguntar interesada:
- ¿De donde es príncipe?
- Del reino de Barlovento. -respondió la regadera.
- ¿Y eso donde queda? ¡Ese reino no existe, regadera mentirosa! -preguntó, se contestó y acusó la bella niña.
- ¡No le permito! -dijo altanera la regadera– ¡El reino de Barlovento es de donde viene el viento!
- El viento viene de todos lados. -aseguró la bella niña- ¡Ese reino no existe!
- ¿Que destino puede esperar la humanidad con una juventud tan ignorante? ¡Ahora la señorita es meteoróloga! Para que se entere: el viento siempre viene del mar, me lo dijo mi padre, el Rey. Justamente, del otro del otro lado del mar esta el reino de Barlovento. -afirmo contundente la regadera.
- No le creo nada –susurro aun desconfiada la bella niña.
- Puedo demostrar que soy un príncipe. -dijo la regadera– Solo necesito que me bese para terminar con el maleficio y volver a ser el hermoso príncipe que era.
- Eso es ridículo –dijo la bella niña con cara de asco y negando con la cabeza.
- ¡Claro! Cuando antes me hablaba de la teoría del sapo, eso no era ridículo. Pero apenas le sugiero que bese una regadera, se niega como intolerante republicana. ¡Claro! ¡Cualquier mujer estaría encantada de levantar un apestoso sapo con las manos y darle un beso para transformarlo en príncipe! ¡Pero a una regadera, no! Al final, todas las mujeres son iguales. ¿Que tiene un sapo que no tenga una regadera? -reclamó la regadera.
- Usted es bastante desagradable. -le dijo la bella niña.
- ¡Por favor! Se lo pido humildemente, es solamente un besito en la punta de la roseta. -sugirió finalmente la regadera- ¡Si no es por el amor de Dios, se lo pido por el amor a la humanidad! Es solo un miserable besito, acá, donde tengo los agujeritos por donde sale el agua. ¿Donde han quedado los principios de libertad, igualdad y fraternidad?
- ¡Yo no soy republicana! -protestó la bella niña.
- ¡Con mas razón! -dijo la regadera– Entonces, ¡le ordeno que me bese! Le comunico formalmente que soy el único hijo del anciano rey de Barlovento, por lo que ya, casi casi, ya soy el rey.
- ¿Y que gano yo? -preguntó la bella niña con mirada interesada– Si se transforma en príncipe perderé mi regadera.
- Le compraré otra, una mejor, nueva, de acero inoxidable. -ofreció la regadera ansiosamente- ¡Mejor aún! Haré instalar un sistema automático de riego por goteo en su precioso jardín.
- Nada de eso me interesa –dijo la bella niña negando con la cabeza y dándole la espalda.
- Pídame lo que quiera. -le rogó la regadera– Le daré agua, tierras, flores, oro, petroleo, lo que quiera, ¡pero béseme de una vez!
- ¡No! Se casara conmigo inmediatamente. -exigió altiva la bella niña, aun de espaldas y con los brazos cruzados.
- ¡Esto es un chantaje! -gritó la regadera- ¿Quiere hacerse acreedora de un reino por un beso?
- Si fuera un sapo lo haría. -razonó la bella niña aún dándole la espalda pero espiando de reojo hacia atrás- ¡Es lo que sucede en todos los cuentos!
- Es cierto. -se resignó la regadera- Esta bien, nos casaremos apenas deje de ser una regadera.
- ¿Me da su palabra de honor? -preguntó con firmeza la bella niña.
- Tiene mi palabra de honor -aceptó la regadera.
Recién entonces, alegremente la bella niña giro sobre si misma y se agacho doblando la espalda frente a la regadera, a quien miro sonriendo satisfecha. Apoyando las manos y las rodillas sobre el agua derramada, la bella niña se inclinó acercando su rostro lentamente a la punta del caño de la regadera donde, cerrando los ojos y estirando los labios, la besó. Como rápidamente la bella niña abrió los ojos, vio que la regadera repentinamente se transformó en un chancho.
- ¡Que asco! -gritó la bella niña parándose instantáneamente y limpiándose la boca con la mano.
- Debe haber sucedido un error. -dijo el chancho- Tal vez si me besara de nuevo...
- ¡Ni loca! - volvió a gritar la bella niña.
- ¡Por favor! ¡Es solamente un beso! Si besó una regadera ¿porque no puede besar a un chancho? -preguntó el chancho con alguna lógica.
- ¡Ni loca! ¡Que asco! -ratificó a los gritos la bella niña mirando el húmedo hocico del chancho..
- ¡Bueno, esta bien! Puedo esperar hasta que nos casemos para besarla. -dijo amablemente el chancho.
- ¡Que asco! ¡Ni loca! ¡Jamas! ¡Nunca voy a casarme con un chancho! -agregó la bella niña.
- ¡Pero comprometí mi palabra de honor! -reclamó el chancho.
- ¡Nunca! ¡Nunca voy a casarme con un chancho! -reiteró la bella niña.
- ¡Es lo que te prometí! -rezongó el chancho.
- ¡No me importa! ¡No me voy a casar con un chancho! ¡No voy a besar a un chancho! -dijo la bella niña comenzando a llorar- ¿Porque tengo tan mala suerte? No solo no puedo domesticar a las flores violetas que nacen en cualquier lado, sino que ahora beso a un príncipe y ¡lo transformo en chancho!.
- No es para tanto. -trató de consolarla inútilmente el chancho, ya que la bella niña lloraba cada vez mas desconsoladamente- Todas quieren casarse con un príncipe. ¿Que tiene de malo ser un chancho? Yo puedo comerme las flores violetas y un príncipe no.
- ¿Como? -aulló la bella niña que dejó de llorar repentinamente y, secándose las lágrimas con ambas manos, miró furiosa al chancho- ¡Lo sabía! ¡Yo  sabía que no existe la monarquía de Barlovento! ¡Yo sabía que una regadera no puede ser un príncipe!
- ¡Aunque no nos casemos estoy dispuesto a terminar con las flores violetas para retribuir su generosidad! -gritaba el chancho mientras corría por todo el jardín huyendo de los puntapiés que la bella niña intentaba pegarle.
- ¡Jamón! ¡Te voy a hacer jamón! Cerdo mentiroso. ¿Porque me engañaste? -eran las propuestas y las preguntas con las que concluía la bella niña cada golpe en el lomo o las patas traseras del chancho.
- Es que si te hubiera dicho que era un chancho y no un príncipe, jamas me hubieras besado. -intentaba hacerla razonar el chancho sin dejar de correr en zigzag.
- ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Odio a todos los príncipes y a todos los chanchos! -afirmó la bella niña dejándose caer sentada en el suelo.
Finalmente se detuvo completamente embarrada por la persecución y agotada por los golpes propinados y miro al chancho que, aunque también había dejado de correr, se mantenía a una prudente distancia. Fue entonces cuando la bella niña observó con resignada amargura los destrozos que produjo la carrera en el que había sido su hermoso jardín. Vencida, se dejo caer sentada y apoyó su espalda en el suelo para poder mirar el cielo, preguntándose en voz alta:
- De los miles de millones de personas que hay en el mundo, ¿por que esto tiene que pasarme a mí?
Sin dejar de observarla y aumentando la prudente distancia en algunos pasos mas, el chancho sentó su cuarto trasero en el suelo y le contestó:
- Esa es la historia de como una regadera de zinc, al igual que la verdad, puede ser arrojada muy lejos y caer en cualquier lado, casi sin hacer ruido.