martes, 20 de julio de 2010

Cuento 4: donde se narra la historia de como se puede tener mejor vida siendo un chancho huérfano que integrando una familia perfecta

Sintiéndome un perro -dijo el chancho- caminamos unas cinco cuadras hasta un gran terreno pelado y lleno de basura con un montón de carromatos, camionetas y casas rodantes ubicados en circulo. Recordando algún antiguo comentario del granjero vegetariano, deduje que se trataba de un campamento gitano, lo que me hizo temer nuevamente por mi vida.
- Vamos, vamos, nos tenemos que ir. -me dijo el hombrecito gordo cuando comencé a tironear de la correa tratando de resistirme y huir.
- ¿Adonde me llevan? ¿Que van a hacer conmigo? -pregunté.
- No hagas un papelón. Todos te están mirando. -me dijo el hombrecito gordo sin dejar de arrastrarme firmemente con una mano y levantando la otra a modo de saludo. Aterrorizado descubrí que desde las ventanillas cada auto, camioneta y camión, según el tamaño de su respectivo acoplado,  me observaban serios o riendo, hombres extraños y de aspecto terrible, algunos con barbas, otros con grandes aros o tatuajes, y mujeres gordas, feas o hermosas. Sentados al volante o en el asiento del acompañante, percibía las miradas de todo el campamento sobre mi persona mientras avanzaba hacia el centro de la circunferencia junto al hombrecito gordo. Aunque la mayoría eran miradas curiosas y alegres, en los rostros de aquellos seres sucios y cansados me resultaron hostiles. Evidentemente me estaban esperando para partir, porque el hombrecito gordo me subió en el asiento trasero de un auto y se puso al volante. En el asiento del acompañante, apoyando los brazos en el respaldo, me examinaba con mirada penetrante, una niña bastante avejentada. El hombrecito puso en marcha el motor, saco el brazo en alto por la ventanilla y comenzó a andar lentamente, seguido por el resto. La caravana tomo una calle y se dirigió hacia la salida de la ciudad, en la dirección contraria a la casa del granjero vegetariano.
Mientras la niña avejentada no dejaba de mirarme seria y fijamente y el hombrecito gordo manejaba con tranquilidad dirigiendo al resto, recordé que en uno de los carromatos había visto un elefante y me quede en el auto tranquilo pensando que los gitanos, por ser extravagantes, tendrían el extravagante gusto de coleccionar mascotas extravagantes, como un cerdo y un elefante. Pero observando la persistencia de la mirada analítica de la niña avejentada sobre mí, repentinamente me asaltó la idea de que la gran cantidad de gitanos que conformaban esta caravana necesitaría alimentarse de mucha carne, por lo que no les alcanzaría con una vaca y optaron por comprar un elefante para el viaje, tal vez largo. Fue con este razonamiento que repentinamente comprendí las miradas alegres y anhelantes con que me recibieron aquellas personas: deduje que haciendo cuentas y complejos cálculos de carne por persona para cada día del viaje, los gitanos, tal vez, descubrieron que aun con un elefante tampoco les alcanzaría para todos y que algunos pocos quedarían sin carne justo el último día, por lo que también se habían procurado de un chancho, en el mejor de los casos para mi, solo por las dudas.
Lejos de paralizarme, el terror de la duda me hizo correr por el asiento trasero golpeando ambas puertas para intentar abrirlas.
- Parece que necesita ir al baño. -dijo la niña avejentada con voz grave.
- ¿Podrías esperar a que tomemos la ruta y salgamos de la ciudad? -me pregunto el hombrecito gordo mirándome por el espejo retrovisor.
- ¡Yo no voy a ser un elefante! -grité golpeando con fuerza mi cabeza contra la puerta.
- Habla, pero parece medio estúpido -dijo la niña avejentada.
- ¡Habla! y eso es todo. -dijo el hombrecito.
Comprobando que era imposible escapar, con la cabeza dolorida me senté erguido y comencé a mirar por la ventanilla, planificando mi huida apenas detuvieran la marcha y abrieran alguna puerta. Detrás de los árboles se veía la ruta y, detrás de ella, el sol asomando brillante. La niña avejentada también se sentó apoyando la espalda en el respaldo mirando el amanecer por el parabrisas.
- ¿Adonde vamos? -pregunte.
- ¡Vamos al éxito, muchacho! -dijo alegre el hombrecito gordo mirándome por el espejito- ¡Y el éxito esta a la vuelta de la esquina!
- Espero que el éxito este en el asiento de atrás. -dijo la niña avejentada.
- ¡Vamos al éxito y mas allá! -grito el hombrecito sacando la cabeza por la ventanilla y tocando bocina, a lo que contestaron a su vez tocando bocina todos los vehículos de la caravana, lo que me llevo a pensar en lo realmente extravagante que eran los gitanos.
El traqueteo del automóvil, o la suave tibieza de la luz del sol, o la rutinaria vista desde la ventanilla, o el análisis minucioso de mis planes para escapar mezclado con mis pensamientos sobre los peligrosos y enigmáticos gitanos, o el ajetreo de la noche anterior, o algunas de estas cosas o todas juntas a la vez, me fueron haciendo entrecerrar los ojos hasta quedar profundamente dormido.
Desperté repentinamente cuando el automóvil frenó. Desesperado pude observar que estábamos en una ciudad extraña y que la gente se paraba en las veredas para observarnos. ¿Cuanto tiempo había dormido? ¿Donde estábamos? ¿Como huiría de aquí? Asaltado por estos interrogantes volví a arremeter con la cabeza contra las puertas traseras del auto. 
- Otra vez quiere ir al baño. -dijo la niña avejentada mirándome parada en el asiento.
- ¡Excelente, excelente! -gritó el hombrecito gordo mirando por la ventanilla- ¡Mira puerco, ahí estás!
Estupefacto por lo que me pareció una excéntrica frase gitana en la que yo podía estar fuera del lugar en que yo estaba, detuve los golpes de mi cabeza a las resistentes puertas y vi por la ventanilla un gran afiche a todo color pegado en un paredón con el dibujo de un chancho con una galera en la cabeza.
- Ese no soy yo. -dije sorprendido.
- No importa, nadie se dará cuenta. Ya llegamos y ya están los carteles. ¡Esto es eficiencia! -me contestó el hombrecito bajando del auto e indicándole al resto de la caravana que ingresara en un gran terreno baldío.
- ¡Sos la atracción! -me dijo la niña avejentada sonriendo.
Volví a mirar el cartel del chancho con la galera: de su boca salia un globo con letras. En ese momento aun no sabia leer, por lo que estaba lejos de comprender lo afortunado que era. El hombrecito me bajo del auto tomándome en brazos y, colocándome su galera en la cabeza, caminó hasta el centro del circulo que iban formado los vehículos al estacionar.
- Ahora levantaremos la carpa y después haremos el desfile. -decía el hombrecito a los que nos rodeaban saludándome alegremente.
Desde sus brazos observe como unos hombres levantaban la gigantesca carpa, mientras otros bajaban al elefante de su carromato, lo bañaban y le daban de comer. Como lentamente iban colocando las luces, practicaban rutinas y se disfrazaban. Ya durante el desfile, pero fundamentalmente durante la función de esa misma noche, algo cambió en mi para siempre, me dí cuenta que mi destino estaba ligado al espectáculo y que en ese momento, lo que mas deseaba en mi vida, era trabajar en un circo.
- ¿¡Trabajar en un circo!? -preguntó la bella niña con cara de asco- ¿Un circo de gitanos?
- ¡No eran gitanos! -contestó el chancho.
- Usted dijo que eran gitanos. -recordó la bella niña.
- No, no, no. Dije que supuse que eran gitanos. Era un circo. Es cierto que había un gitano que escupía fuego y tragaba sables y espadas, pero ambos trabajábamos en el circo. -reafirmó el chancho- .Y, le diré señorita, que nos dábamos la gran vida en cada ciudad que pisábamos. ¡Y actuamos en casi todo el mundo! El único triste era Juan.
- ¿Juan, que Juan? -indagó la bella niña.
- ¡Juan! -respondió el chancho- Juan, el que vivía en un lavarropas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, aun aguardo saber cómo es que se puede tener una mejor vida siendo un chancho huerfano que integrando una familia perfecta y si esto tambien se aplica a otras especies como un chancho salvaje o jabalí, un ganso o hasta un niño